En ese entonces éramos niños con un primer amor en nuestras
manos, y con amor en nuestros inocentes corazones. El amor todo lo cree, la
inocencia de un niño todo lo cree.
En ese entonces visitaba tierras lejanas; el trayecto en que
más millas he acumulado en mi corta vida, en ese entonces probamos nuestra
relación a larga distancia.
Yo en una azotea helada de Bogotá, amándote gozoso y cálido
como siempre, aunque con un llanto apenas audible dentro de mí, intermedios
unos dos días sin comunicarnos.
Ella en Cartagena gozando del calor que yo añoraba, amándome
con coraje pues no pensaba que alguna vez se iba a enamorar.
Hablamos bastante tiempo, nos pusimos al día… hacia el frio suficiente para soportar al aire libre allá arriba, me imagino que ella ya se
había colocado adyacente al respectivo abanico que la mantuviera fresca allá
abajo.
Hoy comprendo lo jóvenes que éramos, y la evidente dirección
que tenían los responsables por nosotros en ese entonces.
La conversación aclaro un punto suspensivo que ambos no
esperábamos, con todo el amor del mundo me dijo: “nos vamos a mudar, y no creo que regresemos a Cartagena, nos mudamos
para no volver” (parafraseo) el lugar dejo de ser lo soportablemente frio para mí, la
hipotermia sería inminente, no recuerdo como acabo la conversación, pero sé que
fue desesperanzador y rápido. Como debía manejar algo así, claramente no sabía
cómo, lo creí rotundo porque ella lo planteo rotundo, no tenía planes frente a
algo así, no tenía las palabras para mantenerme en pie, no hallaba la esperanza
ni el ánimo para decirle podremos con esto…
En ese entonces éramos niños con un primer amor en nuestras
manos, y con amor en nuestros inocentes corazones. El amor todo lo cree, la
inocencia de un niño todo lo cree.